jueves, 1 de octubre de 2009

50 AÑOS DE UNA CASA PARA LAS AMÉRICAS


(HOMENAJE A CASA DE LAS AMÉRICAS)
Desde la voz equinoccial del Ecuador, articulamos un voto unánime para rendir el mayor homenaje que se pueda contener en el espíritu de nuestro país a una casita establecida en el barrio del Vedado, en el centro de la Habana vieja, Cuba.
Con nosotros están los escritores ecuatorianos que han merecido el mayor Premio que, sin lugar a dudas, pueda otorgar este continente vívido.
Detrás de nosotros alzan sus voces Benjamín Carrión, el padre de la cultura ecuatoriana; Jorge Enrique Adoum, nuestro mayúsculo escritor; de María Elena Vinueza con su aporte a la musicología; de Julio Pazos con su Levantamiento del país con textos libres; de Alfonso Cuesta y Cuesta con Los hijos; de Manuel Medina Castro con Estados Unidos y América Latina bajo el siglo XIX; o de Raúl Pérez Torres con La noche o en la niebla, entre otros, catapultándolos con rigor y responsabilidad dentro y fuera del Ecuador.
Después de la distinción, nuestros autores fueron otros, nuestro país fue otro, idiosincracia pura, sincronismo directo con la literatura, ráfagas de fuego que aún no se consumen.
Ellos, nosotros, sus otros, constituyen e instituyen, nuestro patrimonio vivo, catapultado por ese país que, desde bahía de cochinos, bahía limpia e infinita con sus luces apuntando al azul permanente y a ocho millas de la vanidad de este mundo, pretendió, y lo ha logrado, destrozar el kitsch del imperio, el stablishment innumerable, vasto y demoledor de los galardones europeos, por ejemplo a punta de azadones alumbrados por estrellas carmesí.
Bodas de plata para nuestra sangre, oro para nuestra patria única, la altiva, la que se deleita en su juventud permanente, la que despierta de su inventado subdesarrollo y de sus vías de desarrollo extinguidas para vocalizar ahora, ya, la vanguardia.
Bodas de diamante para el recoveco más profundo de nuestra identidad, donde se guarda y se revela sempiterna esa, aquella Grieta enorme que buscó nuestro Guayasamín bajo el dolor de la ignominia y el desparpajo de esos gobernantes pútridos, desiertos de ideas y plagados de ese terrorismo impuesto, occidentaloide, sucedáneo, articulado por ese siniestro titiritero llamado injusticia o hambre o desolación o impudor.
A dónde si no acudiremos los despojados, los que hemos sido arrebatados de esa piedra más preciosa que las piedras preciosas: la sabiduría. A dónde si no acudiremos los campesinos, las amas de casa, los ciudadanos de a pie, los servidores públicos, los escritores, los artistas anónimos que sellan un sobre manila con su seudónimo para encontrar el mejor espejo de su convicción: su ideología. A dónde si no. A dónde si no más allá de la sangre derramada por Las venas de abiertas de nuestra América Latina. En la metafísica que todo lo rebasa, que todo lo supera, incluso esos manuales pétreos y equívocos de artistas o escritores alienados, fungidos actores blanqueados de reuniones con Sofía Loren o el Rey de España en castillos extraños, expertos conciliábulos de la estulticia.
Fresa y chocolate. Oíd inmortales. Poesía de paso. Dar la cara. Línea de fuego. Frente a la potencia mundial de la esperanza se alzan impolutas y extranjeras las luces de Miami. Luces que marcan el llanto de los niños que fugaron, obligados, a Guantánamo. Marcan esa larga fila de personas dispuestas a obtener un mendrugo de pan para tostarlo con manteca rancia pero humilde y digna.
El actor Perrugorria del personaje en el cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo de Senel Paz llevado a la pantalla grande, al fin, concibe el dulce viaje hacia su sueño en su propio país resumido en una CASA- HOGAR, con mayúsculas.
CASA-ALBERGUE de nuestros sueños revolucionarios.
CASA DE LAS AMÉRICAS repleta de poesía, de cuento, de novela, de teatro, de testimonio, de historia y sociedad para los niños, para los jóvenes, para los ancianos indígenas del Caribe inglés y creole y del francés o portugués o del mapuche o del aymara extraordinarios.
CASA DE AMÉRICA guardiana de la pluma de Cortázar, de Asturias, de Dalton, de Boccanera, de Onetti, de Conti, de Galeano, de Buenaventura, de Echenique, de Monterroso, de Carpentier, de Cela, de Snbines, de Guillén, de Parra, de Piñón, de Benedetti, de Arguedas, de Garmendia, de Retamar, de Cisneros, de Skármeta, de Cardenal, de Gelman, de Fonseca, de Diego, del propio Llosa, de Goytizolo, de Canclini y tantos otros obreros de nuestra ciudadanía americana.
CASA DEL ECUADOR y de todos nuestros países hermanos, Casa de la algarabía encendida desde 1959, erigiéndose en este milenio bajo las presidencias del pintor Mariano Rodríguez y el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar desde su fabulosa feria libresca, desde su anhelado aniversario cinético, desde la festividad de la lectura, desde sus incalculables coloquios, premios y eventos amparados por la lluvia de nuestro cariño y admiración.
CASA TOMADA, hogar multicultural único e irrepetible a nivel internacional, que brinda la acogida y valora: la investigación de la literatura, la plástica en hitos continentales, la composición y musicología, la fotografía y su postmodernidad, el teatro en sus espléndidos festivales, el desempeño editorial abarcador, los estudios de las minorías, la historia de la literatura latinoamericana y del Caribe en español, inglés, creole, francés, portugués o del mapuche o del aymara. Cuántos latidos guarda el laberinto inextinguible de su biblioteca: ¿una constelación de 180 000 estrellas o una pléyade o una galaxia?
En su vientre reposan nuestros más humildes sueños y nuestras más grandes aspiraciones imperecederas. En su cocina se preparan los manjares del próximo siglo y del milenio como un vino a repartirse desde el corazón de la inteligencia.
Todos estamos invitados a su celebración. Todos somos los comensales de esta fiesta libérrima. Todos le rendimos merecida y proverbial pleitesía.
América escribe esta declaratoria.
Y somos cientos de miles de libros vivos para enaltecerla.
Un conjunto de países abrumados por la oceánica, pacífica belleza.
Homenaje sencillo a la palabra y al acto radicado en el eco inconcluso y vital de nuestra América en su Vivienda habanera.
Para nuestra Casa, nuestro más soberbio y sublime homenaje.

P. P.

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